"El estruendo que creaban los relinchos de los caballos era más fuerte que el rugido del mar abierto durante una tormenta. Toros de color tierra a medio galope sobre tela roja y Elefantes del color de las nubes estampados sobre telas azules surcaban el aire, ondulantes e impulsados a seguir ondeándose por el soplo del viento. El cielo gris y lloroso derramaba sus lágrimas sobre los héroes de metal que yacían bajo este. Un rayo cayó del cielo y un trueno retumbo en el fondo del horizonte, iluminando por una centésima de segundo la planicie de Ev-Tas, la región suroeste del Reino, que ahora se manchaba de charcos de barro y dentro de poco sería manchada por charcos de sangre. Uno de los primeros hombres, que hasta hace unos instantes se había mantenido inmóvil, le jaló las riendas a su corcel y dio media vuelta para poder encarar a sus compatriotas. Bajo el golpeteo de la lluvia en el terreno, el hombre se aclaró la garganta y clavó sus ojos cobrizos, lo único humano que era visible bajo aquella armadura de plata, en el ejercito que se encontraba parado detrás suyo.
-¡Hermanos!- aulló hacia la multitud. Estos respondieron con alaridos, gritos de guerra, y golpes de sus espadas contra sus escudos.
-Hemos estado luchando para poder defender nuestro lugar legítimo en el Reino de Atramento.- la multitud metalizada volvió a vociferar su valentía.
-¡Hemos perdido a muchos! Familiares, amigos, seres queridos.- el ejercito quedó hundido en un silencio sepulcral.
-Por las almas de nuestros hermanos, de nuestras madres, de nuestros hijos, de nuestras mujeres. Liberémoslas hoy a todas con nuestra victoria. Dejémoslas partir a los brazos de Cross y que este las reciba en el paraíso y que vivan eternamente.- El rugido de las figuras de metal fue más estruendoso que nunca. Los hombres gritaban con furia, coraje, odio, y con los ánimos que solo el alma de un guerrero podría poseer.
-Puede que esos Elefantes hayan resultado ser más fuertes de lo que creíamos, pero hoy, hoy compatriotas, las flechas serán nuestro manto protector, las espadas al blandirse cortaran el aire y la carne de nuestros enemigos, los gritos de dolor serán música para nuestros oídos, las gotas de sangre serán el vino con el que brindaremos por nuestra victoria esta noche. Porque hoy señores, Aristarco morirá bajo la fuerza del Toro de Mazzola y de su ejército.- exclamó Ransom, el Rey de Atramento, el Toro de Mazzola. Y con un relincho de su corcel color tierra al igual que el Toro que trotaba en sus banderas, este animal se alzó en dos patas, y con un jalón de sus riendas, el animal salió disparado hacía el otro lado del campo, contra las tropas enemigas, mientras su jinete sostenía la correa con una mano y con la otra desenvainaba a Cuerno, su espada de hierro y con una empuñadura adornada con incrustaciones óseas del toro más salvaje de toda la ciudad de Burgös.
Uno de los soldados que había estado cabalgando por el frente de su ejército se volteó al escuchar el atropellado galopar de los caballos enemigos acercándose a sus tropas. Aristarco, el Elefante de Elavitz, con un grito desenvainó su espada, Marfil, aquella espada de oro blanco, como su armadura, ornamentada con detalles de marfil por ser perteneciente al Elefante que hoy se enfrentaba contra el Toro. Pronto, ambos ejércitos chocaron uno contra el otro, soltando alaridos de dolor y gritos de odio. Las espadas cortaron el aire y la sangre salpicó la tierra. Soldados caían muertos y otros arremetían contra objetivos cercanos. Peleando sin desistir, cada soldado daba todo de sí en cada puñalada y ponía toda su fuerza en sus escudos para defenderse. Caballos caían, soldados perecían y los gritos no se cansaban de retumbar en el aire, acompañados por los truenos y rayos que azotaban a Ev-Tas. Las armaduras que estuvieron relucientes ahora se manchaban de su propia sangre o de ajena, tanto de barro como de agua y sudor. Los cascos emplumados con los colores de cada casa, espadas y escudos caían, pero sus dueños se levantaban, con las pocas energías vitales que les quedaban y peleaban hasta despedir su último aliento. Con valentía y honor hasta el final, gritaban el nombre de su casa al ser atravesados por el arma enemiga. Los cadáveres y cuerpos inmóviles se acumulaban en el suelo, así como el odio crecía en los corazones de los guerreros. Luchaban a muerte y sin otorgarle misericordia a nadie. Y así, después de momentos interminables, poco a poco, Aristarco y sus hombres fueron ganándole terreno a Ransom. Este, al ver como sus hombres caían a los pies de su enemigo, no pudo permitirse perder a un hombre más, y con un nudo en la garganta, gritó a todo pulmón:
-¡Retirada!-
-¡Retirada!-
Dichosos los que lo oyeron, porque fueron los que se salvaron de yacer en la planicie de Ev-Tas para siempre. Los soldados que pudieron, dieron marcha atrás, sin voltear a observar si los perseguían, apremiando el paso para mantenerse cerca de su Rey. Este encabezó la marcha fuera del campo de los Caídos en Batalla. Sus enemigos gritaron con algarabía al observar como aquellos hombres escapaban de su honor, y se negaban a morir en la batalla que habían iniciado. Los jinetes perseguidos desaparecieron entre los árboles, adentrándose en el bosque del cual habían salido. El Rey se detuvo y observó por última vez a todos los hombres que habían perdido aquel día, revoloteando su mirada sobre los cuerpos inmóviles que yacían sobre los charcos de sangre y de barro, a los pies de aquellos que los habían asesinado. Y luego se encontró con la mirada triunfante de Aristarco. Bajo los cielos de Cross, el Rey Caído se juró a si mismo matar a Aristarco Elavitz y recuperar su corona, aunque fuese lo último que hiciera antes de que Bielon, el Dios de la Muerte, reclamara su alma. Les dirigió una última mirada llena de odio a los individuos de metal que lo habían destronado y desapareció, penetrando en la oscuridad del Bosque de los Mil Lamentos.
Los soldados del nuevo Rey gritaron y exclamaron con pasión y algarabía el orgullo que les llenaba por dentro al haber cumplido con su objetivo. Se felicitaban entre si y gritaban frases de alabanza y agradecimiento a los doce Dioses que desde los cielos los observaban. Aristarco, con una sonrisa de satisfacción y triunfo plasmada en su rostro, observó a un hombre de Ransom que aún agonizaba en el suelo. El Rey se bajó de su plateado corcel y con las dos manos aferradas a la empuñadura de Marfil, alzó el cuerpo de la espada y con un movimiento fluido y fuerte, acabó con la vida de aquel hombre."